Cuando era pequeña, cada mediodía me recogía mi padre y nos llevaba a mi hermano y a mí en coche a casa a comer. No tengo ni idea de cómo habría surgido el tema en un colegio de primaria, pero sí recuerdo subir al coche y decir: «Papá, yo quiero ser feminista». Recuerdo también la respuesta cargada de prejuicios que me dio. Aquello me confundió: yo no estaba segura de si no lo había entendido bien en el colegio o si era mi padre el que pecaba de desconocimiento, pero sentí que algo fallaba. No podía haber nada malo en aspirar a la igualdad entre hombres y mujeres.
Madre mía, lo que ha llovido desde entonces.

Siempre he considerado que era importante poder elegir ser quién una quiere ser libremente, poder ir tranquila por el mundo sin miedo y vestirte como te dé la gana. Hace diez años, si me hubieran preguntado si yo era feminista, habría dicho que sí. Hoy en día, miro atrás y veo que realmente yo era bastante machista y que me quedaba mucho por aprender (y desaprender). Y lo que me queda.
Seguramente por eso me siento tan identificada con este post de Moderna de Pueblo, en el que Raquel Córcoles, la autora, analiza viñetas antiguas y nos dice si las volvería a publicar o no y por qué. Pongo aquí una de esas viñetas como ejemplo:
Si no veis qué está mal en esta viñeta, podéis ir al post que he mencionado, o podéis leer el libro del que quería hablar hoy: Idiotizadas. Un cuento de empoderhadas.
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