«Estaba esperando delante de una heladería a que mi hijo mayor, Caleb, que entonces tendría unos 11 años, saliera con unos batidos, cuando una niña con una grave malformación craneofacial vino a sentarse junto a mí y mi hijo menor, Joseph. Pensé para mis adentros que probablemente cuando Joseph, que solo tenía tres años, la viera se iba a echar a llorar, así que decidí levantarme discretamente para evitar que esa situación y que la niña sintiera heridos sus sentimientos. No lo logré. Caleb salió de la heladería y le dije que se pusiera en marcha, pero se le cayeron los batidos. Mientras Joseph, como yo había sospechado, arrancaba a llorar porque había visto a la niña. En estas, oí a la madre de aquella niña decir Creo que ha llegado el momento de irse y me sentí fatal. Por querer proteger a mi hijo, había hecho daño a aquella familia… Esa misma noche empecé a escribir Wonder.»
Esta es la confesión que la autora de Wonder, Raquel Jaramillo Palacio, más conocida como R. J. Palacio, hizo en esta entrevista que recoge El Periódico. August Pullman, el protagonista de Wonder, tiene la misma enfermedad que esta niña, el síndrome de Treacher Collins. A causa de las muchas operaciones que ha tenido que soportar desde su nacimiento, August ha tenido que estudiar siempre desde casa y es a los 10 años cuando por fin va a la escuela con los otros niños por primera vez.
Muchos oiréis decir que Wonder (en español se titula La lección de August) es una novela —o una película— sobre el bullying. Que August es un niño cansado de despertar en los demás mofa o compasión. Que la película, dirigida por Stephen Chbosky (Las ventajas de ser un marginado), es un alegato contra el acoso escolar. Sin embargo yo creo que Wonder trata sobre el hecho de descubrir cómo ser bueno con los demás.